martes, 9 de noviembre de 2010

El cristianismo sabe distinguir poder espiritual y poder político

El cristianismo sabe distinguir poder espiritual y poder político


La Plata (Buenos Aires), 3 Nov. 10 (AICA).- El obispo auxiliar de La Plata y responsable de la Comisión Episcopal de Seguimiento Legislativo, Antonio Marino, entrelazó la religión, la moral y la ciencia, al disertar sobre “Iglesia y sociedad en tiempos de laicismo y relativismo”, en el marco del III Congreso de Constructores del Bien Común, que organizó recientemente la Fundación Latina.

El prelado advirtió sobre “un relativismo moral que se vale de una explicación constructivista, que se ve reflejada, a modo de ejemplo, en programas y textos redactados por el Ministerio de Educación de la Nación, en los conocidos ‘Cuadernos de Educación Sexual Integral’”.


Todo es relativo menos el dogma relativista

Lamentó que hoy sea “imposible hablar de verdades y derechos absolutos” y que “ni siquiera es absoluto el derecho a la vida del niño por nacer, del cual se negará su condición de persona”.

“Pero este relativismo ético es, a su vez, un absoluto -aseguró-. Todo es relativo menos el dogma relativista, al cual se lo considera como el fundamento de la tolerancia, del diálogo, de la libertad de expresión, valores todos estos que posibilitan la democracia. De este modo, el principio relativista aparece como el fundamento filosófico y la condición de existencia de la democracia”.

Monseñor Marino llamó a estar precavidos para “no caer en un relativismo absoluto, porque hay cosas que son moralmente malas y lo son intrínsecamente, y nunca se convertirán en buenas por ninguna circunstancia o finalidad intentada, como por ejemplo matar a un inocente en el seno de su madre; o imponer al niño y al joven una enseñanza que contradice los principios morales de sus padres, negando así el derecho inalienable a la patria potestad; o bien, llamar matrimonio a una realidad que no lo es”.


Laicidad y laicismo

El prelado alertó que “si tomáramos en serio la propuesta de erradicar los símbolos religiosos de las instituciones civiles y de los espacios públicos, esto nos llevaría muy lejos. La aplicación coherente y sistemática de este principio impulsado por una minoría, parece creer que en la organización de la sociedad se puede ignorar su pasado y su identidad histórica y cultural”.

“Esto equivaldría a pretender fundar nuevamente la patria sobre fundamentos diversos de los ya puestos. Sería preciso cambiar el preámbulo de la Constitución Nacional donde invocamos a Dios como ‘fuente de toda razón y justicia’. Habría también que eliminar el artículo 2 de la misma, conforme al cual la Iglesia Católica es considerada como una institución de derecho público”, indicó.

Asimismo, consideró que “deberíamos notar que según la misma línea argumentativa, que ve en los símbolos religiosos una amenaza para la democracia y la libertad, deberíamos entonces cambiar los nombres de innumerables ciudades, provincias y calles que llevan la marca de lo cristiano y católico. Por no hablar de los resabios del lenguaje bíblico que han quedado impresos en las lenguas romances y en la lengua castellana en que nos expresamos, y que sería largo ilustrar”.

“Subyace en esta postura el temor de una indebida injerencia de la autoridad eclesiástica en las instituciones civiles de la República. La tensión no es de ahora. Pero una mirada serena y objetiva sobre la historia de la cultura occidental, nos llevaría a descubrir que es precisamente el cristianismo la fuerza espiritual que ha llevado a distinguir, sin oponer, el ámbito del poder espiritual y el ámbito del poder político. ‘Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios’. Rectamente entendida la laicidad del Estado se origina con la fe cristiana. Otra cosa distinta es el laicismo, que intenta marginar a Dios de la vida pública”.



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